Daniel Zorrilla
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“Every person born in this world represents something new, something that never existed before, something original and unique”. - Martin BuberPhilosophy III | Guadalajara, Jalisco - MX -
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I am originally from Valley Center, California. My parents are Eleuterio Zorrilla and Rufina Zorrilla Sanchez, who are originally from the Sierra Mixteca of Oaxaca, Mexico. I have three siblings, Diego, Natalie, and Alexis Zorrilla. I come from a simple upbringing in a migrant family, growing up in a rural context surrounded by agriculture. For leisure, I enjoy playing basketball, reading, biking, studying, listening to music, and going for a calm walk. I am currently in my third year of philosophy studies, living in the community of Arenales in the city of Guadalajara, and have pertained to the congregation of the Missionaries of the Holy Spirit for five years.
In my young adult years, while studying my nursing career at the university, I found myself with many questions. Upon questioning aspects of my life and the implications for my future, I found myself before two important questions. Who am I? What do I decide? The moment I found myself in was that of an existential crisis, trying to reconcile my desires, faith, identity, and studies. While at the university, I was also participating in a young adult group at my local parish. This young adult group helped me become more involved in my faith as well as having a space to share my life with others my age. I met the Missionaries of the Holy Spirit for the first time at a youth congress in Los Angeles. I was struck by their company, dialogue, and simple gestures that made me feel welcomed. After a time of spiritual accompaniment, I lived a retreat during Holy Week, hosted by the Missionaries. The retreat left me deeply impacted by the encounter with others, myself, and with Christ highlighted by the passion, death, and resurrection. I decided to continue my discernment which consequently led me to join the congregation.
These years of with the congregation have impacted me through a profound human and religious experience incarnate in my life. It has consisted of a merciful reconciliation with myself, a human experience with its ups and downs, as well as an encounter with God present in the other, in myself, and the realities around me. The feelings of gratitude and peace are the result of the arduous work that has taken place in my process along with and help of my communities, brothers, God, and the people who have impacted my life. Living in both the U.S. and Mexico has been a fruitful experience since it has helped me to learn more about the cultures and the importance it has in my own identity as a Mexican-American with Oaxacan roots. There are experiences that have marked my life; for example, the migrant house in Tierra Blanca, Veracruz, the community in St. Elizabeth Ann Seton Parish in Bothell, Washington, and the Rarámuri community in the Sierra Tarahumara. From these experiences and people, I have learned and seen firsthand how their faith is intertwined in their daily lives, allowing them to resignify their stories and give profound meaning to their lives. They have taught me a more communal and humanist way of building community, establishing fraternal relationships, and to truly try and live together as brothers and sisters."Cada persona que nace en este mundo representa algo nuevo,
algo que nunca antes había existido, algo original y único". - Martin Buber
Soy originario de Valley Center, California. Mis padres son Eleuterio Zorrilla y Rufina Zorrilla Sánchez, originarios de la Sierra Mixteca de Oaxaca, México. Tengo tres hermanos, Diego, Natalie y Alexis Zorrilla. Provengo de una crianza sencilla en el seno de una familia migrante, creciendo en un contexto rural rodeado de agricultura. En mi tiempo libre me gusta jugar basquetbol, leer, andar en bicicleta, estudiar, escuchar música y salir a caminar tranquilamente. Actualmente estoy en mi tercer año de estudios de filosofía, vivo en la comunidad de Arenales en la ciudad de Guadalajara y llevo cinco años perteneciendo a la congregación de los Misioneros del Espíritu Santo.
En mis años de joven-adulto, mientras estudiaba la carrera de enfermería en la universidad, me encontré con muchas preguntas. Al cuestionar aspectos de mi vida y las implicaciones para mi futuro, me encontré ante dos preguntas importantes. ¿Quién soy? ¿Qué decido? El momento en el que me encontraba era el de una crisis existencial, intentando conciliar mis deseos, mi fe, mi identidad y mis estudios. Mientras estaba en la universidad, también participaba en un grupo de jóvenes adultos en mi parroquia local. Este grupo de jóvenes adultos me ayudó a implicarme más en mi fe, así como a tener un espacio para compartir mi vida con otras personas de mi edad. Conocí a los Misioneros del Espíritu Santo en un congreso de jóvenes en Los Ángeles. Me sorprendió su compañía, el diálogo y los gestos sencillos que me hicieron sentir acogida. Después de un tiempo de acompañamiento espiritual, viví un retiro durante la Semana Santa, organizado por los Misioneros. El retiro me dejó profundamente impactada por el encuentro con los demás, conmigo misma y con Cristo puesto de relieve por la pasión, muerte y resurrección. Decidí continuar mi discernimiento, lo que me llevó a entrar a la congregación.
Estos años de pertenencia a la congregación me han impactado a través de una profunda experiencia humana y religiosa encarnada en mi vida. Ha consistido en una reconciliación misericordiosa conmigo mismo, una experiencia humana con sus altibajos, así como un encuentro con Dios presente en el otro, en mí mismo y en las realidades que me rodean. Los sentimientos de gratitud y paz son el resultado del arduo trabajo realizado en mi proceso junto y con la ayuda de mis comunidades, hermanos, Dios y con las personas que han impactado mi vida. Vivir tanto en Estados Unidos como en México ha sido una experiencia fructífera, ya que me ha ayudado a conocer más sobre las culturas y la importancia que tiene en mi propia identidad como mexicano-americano con raíces oaxaqueñas. Hay experiencias que han marcado mi vida; por ejemplo, la casa del migrante en Tierra Blanca, Veracruz, la comunidad en la parroquia de Santa Elizabeth Ann Seton en Bothell, Washington y la comunidad Rarámuri en la Sierra Tarahumara. De estas experiencias y personas, he aprendido y visto de primera mano cómo su fe se entrelaza en su vida cotidiana, permitiéndoles resignificar sus historias y dar un sentido profundo a sus vidas. Me han enseñado modos de comunión y humanistas para construir comunidad, de establecer relaciones fraternas y de intentar vivir realmente como hermanos y hermanas.
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